Parapente
  El día en que volamos hacia atrás
 

El día en que volamos hacia atrás
(por Daniel Crespo Valdéz
más de 40 k/h hacia   

En febrero de 1999, poco después de terminada la prueba de Copa del Mundo (PWC) en Cuchicorral, Córdoba (Argentina), una veintena de destacados pilotos participantes de ese evento y provenientes de diferentes partes del mundo, se trasladaron al sur del país para participar “más relajadamente” en un campeonato local: El Bolsón.
Sin embargo, la entrada de fuertes vientos en una zona de valles estrechos, sumada a la poca previsión de los responsables de la prueba casi provocaron una tragedia aérea masiva. Más de 50 pilotos aterrizaron en condiciones de alto riesgo y a más de 40 k/h hacia atrás.
Un día que difícilmente olvidarán...

Escribiendo desde el interior de mi tienda y mi mente, a resguardo de una extraña lluvia pre-otoñal, hago un recuento de lo que ocurrió ayer. ¿Cómo titular esta crónica? ¿”Lo que el viento se llevó” (literalmente)? También podría ser: “140 Km/h: nuevo récord de velocidad en parapente”, ¿o quizás "La lotería de la pierna rota"? Y eso hasta sería favorable pues ayer lo que se rompió no fue una pierna, sino un par de espaldas, entre otras cosas...

Ayer en el despegue se palpaba cierto entusiasmo. Por el pronóstico inicial suponíamos que haríamos “el gran vuelo”, tras varios días regulares. Pero la windummy, que pudo subir con comodidad en una potente y amplia térmica hasta la cresta, se llevó el primer "beso negro” de Eolo, al asomar la cabeza por una zona donde el viento norte se colaba y creaba unas fuertes cizallas de viento. Desde el despegue todos acudimos espantados al espectáculo "Parapente estrellándose contra las Rocas", aunque nuestro palco era de mala visión y no pudimos ver la segunda parte de la obra: "Menos mal que abrió el paracas". Estuvo bien interpretada pero puedo decir que la mala onda colectiva era como un queso de esos pastosos, espeso y maloliente.

Pasó el tiempo y el viento también (cada vez más rápido) así que "se abre la ventana". Bueno, ¿para qué hemos venido aquí? ¡a competir! Y si hay que vérselas con el monstruo invisible, ¡allá vamos! Félix, Raúl y yo nos fuimos a la rampa, nos preparamos y justo cuando empezábamos a pre-inflar los parapentes, el director de la competición decidió cerrar la ventana temporalmente. Nosotros y otros pilotos pedimos permiso para salir a volar y así comprobar que tan fiero sería el vuelo. Y puedo decir que no estuvo mal. Hice un buen paseo hacia el valle, donde podía navegar sin apuro pues no había mucha intensidad de viento. Desde allí pude ver los valles aledaños y comprobar que el valle hacia donde transcurriría la prueba tenía como telón de fondo unas largas nubes lenticulares, y pensé que ésa era una señal de viento fuerte... ¿Será que aquí vuelan así? –me pregunté, aunque reconozco que no medité más en el tema. Antes de aterrizar y como un buen tratamiento anti-stress, me uní al improvisado show Acro de los hermanos Rodríguez.

Pasó un corto periodo de tiempo durante el cual nos relajamos casi todos, así que cuando el director de la competición decidió abrir la ventana salimos la gran mayoría de los pilotos. Incluso gente que había decidido no volar se hallaba ya de mejor humor preparando su parapente. Para nuestro ficticio alivio, la primera parte del vuelo estuvo fácil, se subía bien aunque, debíamos ir cuidando de no acercarnos mucho a los cortados. Al acabar la ladera del Piltriquitrón entrábamos de lleno en el valle de Epuyen, un embudo natural y, lógicamente, un "súper-venturi" cuando el viento arrecia. Ya entonces le empezamos a ver los dientes al lobo. Regresar era imposible, e incluso ya se trataba sólo de salir del valle Epuyen, pues era obvio que el viento era muy fuerte y cerca del suelo lo sería más.

Al ver que los que decidieron viajar por lo alto iban literalmente llevados por el viento, como las plumas de una almohada rota, decidí esquivar el relieve. Esto tampoco me supuso nada bueno: mi GPS me daba lecturas de velocidad de 80 y 90 Km/h ¡viajando con el viento de través! Pensé que quizá pudiera aterrizar en algún claro del valle pero lo único que conseguí fue estar con poca altura al final del valle, donde una pequeña montaña me rebotaba hacia arriba y hacia atrás. Por momentos traté de aterrizar, pero luego de batallar una buena media hora con el viento y las fuertes turbulencias, estalló una gran térmica que, pese a derivarme mucho, parecía que me sacaría de ese apuro. Mas allá, en dirección al gol, una gran llanura se prometía como la "pampa salvadora".

¡ATERRIZA COMO PUEDAS!
A partir de aquí la situación era realmente de emergencia. En esta llanura venían confluyendo varios valles, por lo cual el viento se aceleraba tremendamente. Yo fui, según calculo, el primero en aterrizar y mi experiencia fue similar a la que sufrieron otros 50 pilotos durante los momentos siguientes.

Cuando abandoné aquella térmica, ya bien entrado en la llanura donde no había más que arbustos en unos 20 km, me dirigí en línea recta hacia el gol. Normalmente trataría de hacer mi transición teniendo cerca una carretera –por aquello de caminar poco- pero en este caso no podía hacer más que dejarme llevar. Cuando iba en meteórico planeo hacia el gol y me quedaban unos 12 km, me decía -¡vaya que voy rápido! Humm, 120 km/h. Esto quiere decir que cuando me enfrente al viento tendré 80 volando hacia atrás...- Lo cual suena horrible. Verdaderamente, la perspectiva es que uno se va a romper algo. Yo continuaba lo mas recto posible en dirección al gol, así después tendría que caminar poco o me rescatarían mas fácilmente si no podía ir por mí mismo.

El último Km fue totalmente excitante, los sentidos en alerta, controlando en lo posible lo que se me echaba encima. Gigantescas nubes de polvo se iban desprendiendo del suelo, evidenciando la furia del viento. Ha sido una de las pocas veces en que mi “súper-aeronave” más bien parecía un juguete, mentalmente me comparaba con aquellos atrevidos que bajan las cataratas del Niágara en un barril... supongo que la sensación será parecida.

El final fue casi irreal. A pesar de lo inminente del peligro, me encontraba fascinado con la velocidad y, claro, mientras más cerca del piso estaba más aumentaba esa sensación. Me enfrenté al viento en el último momento y entonces noté lo crítico de la situación. Cuando ya estaba totalmente encarado, con mis últimos 20 m sobre el suelo, sólo podía pensar en una cosa: -voy volando a 40 km/h hacia atrás. Sólo tenía 15 segundos para planificar mi aterrizaje, pero había poco que planificar en estas circunstancias: no podía darme la vuelta para tratar de correr con la vela y frenarla. Lo que hice fue por puro instinto. Cuando estuve a punto de tocar el suelo frené la vela a tope y la dejé en pérdida; así caí y, sin soltar los mandos, di tres volteretas hacia atrás durante el tiempo que tardó la vela en tocar el suelo. Por suerte un semiplano de mi parapente se enganchó con los espinosos matorrales, mientras yo quedé un tanto aturdido pero ileso, salvo por un poco de dolor en un hombro y un montón de espinas por todo mi cuerpo.

Continué sujetando firmemente los frenos, viendo como la vela se debatía por salir a volar nuevamente con esas ráfagas. Ahora que, en teoría, había pasado lo peor podía verme en otro aprieto, el de ser arrastrado hasta que algo definitivo como un árbol o piedra me detuviera y con muchas probabilidades de hacerme daño. Así que me quité con sumo cuidado el arnés, luego me fui moviendo transversalmente y, así, mi parapente quedo definitivamente atrapado entre los matorrales.

Mientras tragaba polvo, observaba como iban pasando algunos parapentes con terribles dificultades y lo primero que se me ocurrió fue que más de alguno se haría daño. Mientras recogía mi vela observé en directo otro aterrizaje muy parecido al mío, de un piloto alemán. Estaba como a 1 km, así que al iniciar mi marcha me acerqué para comprobar si necesitaba auxilio, pero ya a 500 m comprobé como recogía su parapente y se disponía a caminar.

Tomé un rumbo zigzagueante entre los matorrales para alcanzar una carretera que llegaba hasta el gol, atravesando la zona donde debían haber aterrizado unos cuantos. Sin embargo, no vi a nadie en los 12 Km que recorrí. Al llegar a la carretera, por fin, encontré gente de rescate y otros pilotos impactados, como yo, por lo que acabábamos de pasar. Nos llevaron hasta una cafetería en la carretera. Allí iban llegando los pilotos rescatados y las noticias de los que no tuvieron tanta suerte y sus rescates respectivos.

Sandy, nuestra dinámica amiga, fue la primera de la lista. Una plegada violenta cerca del suelo la dejó vendida, impactando contra el planeta de lleno con la espalda. Gracias a la protección dorsal “sólo” tuvo fractura de una vértebra lumbar, la base del cráneo y unas cuantas muelas rotas. Pese a todo, se recuperará bien.

Otra chica, Louise Crandal, una de los mejores pilotos de la Copa del Mundo (PWC), también vivió una angustiosa aventura. Aún con altura y debido a una fuerte variación de viento su vela plegó y parte de la tela quedó prisionera entre los cordinos (corbata), originando un descontrolado descenso en espiral. Al verse impotente en esta situación decidió tirar el paracaídas de emergencia, pero al hacerlo la vela se abrió nuevamente y empezó a girar aún más alocadamente. Lo peor es que algunas líneas se le enredaron en el cuello y estaba siendo asfixiada por el supuesto elemento salvador.

Increíblemente, pudo mantener la sangre fría y, tras luchar desesperadamente, consiguió sacar del bolsillo su navaja y cortar las líneas que la aprisionaban. Puede decirse que además tuvo suerte, pues esto sucedió poco antes de tomar tierra de manera que la caída fue amortiguada y ella cayó rodando, se enredó con la vela y el paracaídas, y eso impidió que fuera arrastrada. Aún así sufrió un golpe fuerte en la cabeza que el casco, al partirse, amortiguó y que sólo se tradujo en un corte poco profundo y un poco de sangre. Lo peor de esta situación, según sus propias palabras, fue tener la certeza por momentos de que su vida corría peligro. Cuando me lo contó, en la cafetería, estaba serena pero su cara reflejaba una "alegre angustia", como el reo al que le han perdonado la vida en el último minuto.

El dueño del local se ofreció amablemente a llevar a algunos de nosotros hasta el camping donde estábamos alojados en El Bolsón. Supongo que al escuchar aquellas historias se solidarizó con nosotros. Durante el camino de regreso en la "Chata" (una pick-up) íbamos escuchando los reportes y tomando nota de los pilotos aterrizados o rescatados. Llegar al camping fue un alivio, lleno de “¡ah! ¡estás bien!”, “hey, por fin te veo”, y frases así. Entre una y otra cosa nos reportaron a Félix como aterrizado. ¡Qué alivio! Era el único de los nuestros al que no había visto, pero si lo han reportado estará bien, pensé. Yo estaba absolutamente agotado y como a eso de las 10 p.m. caí rendido en mi saco.

Mi despertar al día siguiente fue terrible. Al salir de las duchas me encuentro con gente de la organización y me dicen que un campesino acababa de encontrar a Félix, que lo estaban trasladando al hospital de Epuyen. -Parece ser que se golpeó la espalda y pasó la noche colgado de un árbol- me explicaron. No me lo podía creer. Yo había pasado frío en mi saco y Félix durmió colgado de un árbol el día que hizo mas frío y única noche que llovió. De camino al hospital íbamos todos pálidos y sintiéndonos culpables, pues aunque la organización tenía que encontrar a todos los pilotos somos nosotros mismos quienes debemos protegernos y cuidarnos. Nunca antes le había visto a Raúl aquella cara, todos mis intentos de tranquilizar a la gente eran vanos.

Llegamos al hospital y allí estaba él, un poco atolondrado pero aún sonriente y sinceramente alegre de que vernos. El diagnóstico era una vértebra lumbar machacada sin lesión neurológica, además de estar debilitado por haber pasado la noche a la intemperie. Allí mismo nos contó lo sucedido:

- “Cuando se puso cañote elegí mi campito y metí una súper-barrena, pero con tanto viento la trepada fue bestial. Entonces, en el momento en el que tenía la vela más atrás ¡plegó! No pude hacer nada, compensé pero sólo abrió un cachito y me metió un par de giros a toda leche, y así me estrellé contra el jodido árbol, justo en el tronco. Perdí el conocimiento, y al despertarme vi como pasaba otro parapente, menos mal, pues yo iba sin radio. Me sentí aliviado pues creí que me irían a buscar, luego cuando escuche el helicóptero pensé que era por mí... pero no, estaban rescatando a Sandy. Empezó a oscurecer y cada vez hacía más frío, así que me metí en la bolsa del parapente y pasé la noche en una especie de pesadilla. Al salir el sol me puse en marcha como pude, me desvanecí varias veces pero veía una chacra (cortijo) y me dirigí hacia allí, era mi salvación, fueron un par de kilómetros interminables hasta que por fin me encontré con ese señor, que llamó a la ambulancia y a la gente de la organización”.

Félix se recuperará bien, pero lo importante es que hayamos aprendido algo de todo esto. No es cuestión de echar toda la culpa a la organización –verdaderamente, tuvieron innumerables fallos- pero era la primera vez que se hacía un campeonato allí, no tenían mucha experiencia con la zona, tampoco estaban preparados para algo como lo que ocurrió, les sobrepasó y no se pudieron poner a la altura. Pero para nosotros los pilotos la lección tiene que ser mayor. Finalmente somos responsables de nuestro vuelo y cuando percibamos el peligro debemos evitar volar, así haya 100 pilotos en el aire. ¿Qué mejor juez de nuestro nivel que uno mismo? Finalmente, y lo más importante de todo, nunca –jamás- despistarnos de un compañero. En situaciones de este tipo, un rescate a tiempo puede marcar “la diferencia" y, en cualquier caso, siempre hay que preocuparse de saber qué pasó con todos los pilotos.

Por cierto, luego de terminar todo esto en mi GPS quedo registrada la insólita velocidad de 136 Km/h

 
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